EL ORÁCULO DE VERSUS
UNO. Lentes como ventanas para observar el mundo con nuevos ojos. Nuevas perspectivas a través del
filtro de un frágil cristal tintado. Ser uno o ser otro, transformarse a través de la mirada. A veces
herramientas para acercarse, para alejarse, para reconciliarse con el paso del tiempo o para
negarlo. Otras, sencillamente, para escaparse.
DOS. Máscaras para entreverarse, para desaparecer en un mundo de ensimismados. El anonimato es
el lujo del presente, no hay nada más valioso que la libertad de no ser nadie. Miradas fugaces y
disimuladas, indiscretas pero camufladas. Miro sin ser mirado, me acerco sin ser notado, soy
preso de un voyeurismo urbano como los flâneurs de antaño.
TRES. Buenos Aires. Un embrujo, una pasión radiactiva e intoxicante, ”no nos une el amor sino el
espanto; será por eso que la quiero tanto”, le escribió Borges. Perderse en la multitud pero nunca
mezclarse. Violencia, velocidad, vorágine, verdad. Una armadura para mirar el abismo, sin que el
abismo devuelva la mirada.
CUATRO. Lentes para distinguirse, para renovarse, para vistazos intempestivos o prohibidos, para
encapsularse. Un pequeño portal que me separa del otro, que me separa de lo que me contamina.
Yo versus yo mismo, mi mejor compañero y mi peor enemigo. Me miro y me descubro
nuevamente, con claridad por vez primera. Versus, el principio del fin.